Elecciones porteñas: con un ojo en el Conurbano.



Si de algo debemos estar seguros los porteños, es que las elecciones del próximo 10 de julio van a marcar de manera definitiva no sólo los próximos años de gestión gubernamental de Buenos Aires, sino además, el mismísimo futuro de nuestra Ciudad, un inevitable punto de no retorno entre la Ciudad que ya no puede ser más y la Ciudad que nos merecemos tener de cara al futuro.

Y uno de los ingredientes que hacen que este 10 de julio sea una fecha definitoria es porque los porteños vamos a tener que elegir, al elegir o re-elegir a un jefe de gobierno, si queremos volver a tener una Buenos Aires integrada a la región en la que geopolíticamente se ubica en su centralidad o bien, queremos seguir manteniendo esta Buenos Aires aislada, miope y secesionista que hemos tenido durante los últimos cuatro años de gobierno macrista.

Después de tantos años de haber sido funcionario de un gobierno local, el de la Ciudad de Buenos Aires, he llegado a la profunda convicción de que un país no es nada más ni nada menos que una suma de ciudades.

Un estado, un país, es una creación jurídica y constitucional; pero el país real, el de todos los días, es una suma de ciudades y de municipios y por eso un país funciona bien cuando la suma de sus ciudades funciona bien, cuando los habitantes viven bien en el conjunto de todas las ciudades.

En el Estado la prosperidad real no es más que la suma de las prosperidades de todas sus ciudades y provincias. La gente real, la gente de carne y hueso, los individuos, los colectivos sociales, las organizaciones barriales y las empresas, organizaciones y entidades de todo tipo, se encuentran asentadas sobre ciudades, gobernadas por autoridades locales, con necesidades locales y que aspiran a soluciones netamente locales.

Y es por ello que decimos que una ciudad funciona bien cuando todos sus barrios o comunas funcionan bien, cuando todos sus habitantes gozan de los mismos beneficios y tienen acceso a los mismos derechos sin importar la zona de la ciudad en la que vivan. Una ciudad es una realidad dinámica, en evolución permanente y con una entidad propia moldeada de acuerdo a los proyectos, acciones y omisiones de todos los hombres y mujeres que viven en ella.

Del mismo modo, también he llegado a la convicción de que una ciudad no puede funcionar bien si el conjunto de ciudades que la rodea funciona mal o no coordina con ella las más básicas acciones de gobierno, de servicios, de migración o de desarrollo en general.

La Ciudad de Buenos Aires no es la excepción.

Durante estos últimos cuatro años el gobierno macrista de la Ciudad de Buenos Aires ha tratado de convencernos, con una xenofobia imperdonable y hasta criminal, de que Buenos Aires puede hacerlo todo sola, de que puede desarrollarse sola y de que puede encontrar solución a todos sus problemas de manera local, sin tener en cuenta lo que se hace, deja de hacerse o pueda necesitarse en los municipios que la rodean; y que sólo es necesario el apoyo que, supuestamente no habrían recibido, del gobierno nacional.

El gobierno macrista, dando muestra de una falta de humanidad que espanta, ha tratado de reeditar las viejas antinomias de la civilización y la barbarie o de la ilustración liberal y el aluvión zoológico que migra del conurbano bonaerense hacia la elegante y cosmopolita ciudad capital.

Esta xenofobia, esta pertinaz actitud de aislamiento, de necedad institucional, de ceguera política y de insensibilidad social han sido una de las marcas distintivas de estos últimos cuatro años, en los que las políticas neoliberales de la Derecha residual argentina sentó sus bases en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Más que nunca hoy los porteños se están dando cuenta de que ya no están solos, de que no sólo los porteños “NyC´s” (“nacidos y criados”) como algunos gustan llamarse viven y conviven en la ciudad de Buenos Aires, sino que por el contrario, millones y millones de otros argentinos como ellos, con sus mismas necesidades y ansiedades entran todos los días a la Ciudad para contribuir a su prosperidad y a su prestigio de metrópoli.

La Ciudad de Buenos Aires ya no es sólo Buenos Aires.

La Ciudad de Buenos Aires es Buenos Aires y su circunstancia.

Y la circunstancia de Buenos Aires es el Área Metropolitana que la rodea; es ese Conurbano Bonaerense tan temido, tan resistido y hasta tan odiado por los yuppies estilo “Harvard-Sudaca” que forman la cohorte de amigos obsecuentes y de subordinados temerosos que integran el gobierno de Mauricio Macri.

Los porteños debemos entender de una vez por todas, y de ahí la importancia de las elecciones del próximo 10 de julio, que lo que se decide en Buenos Aires termina incidiendo en la vida de millones de hombres y mujeres de bien que pacíficamente entran día tras días a la Ciudad en busca de atención médica, de trabajo, de esparcimiento o de solaz cultural. Y a su vez, que las decisiones que se toman de manera inorgánica y descoordinada en las decenas de municipios que la rodean terminan incidiendo –inevitablemente- en la Ciudad de Buenos Aires y en la vida de los millones de hombres y mujeres de bien que también habitan en ella.

No cabe duda de que es así. Aquí y en cualquier parte del mundo donde se dan aglomeraciones urbanas y migraciones humanas de carácter diario como las que se presentan en la Ciudad de Buenos Aires y su entorno.

Pero con el gobierno de Mauricio Macri, intentar reconstruir, motorizar y vigorizar un colectivo municipal como nuestro malogrado AMBA no puede tener ningún éxito real.

Con el actual jefe de gobierno toda coordinación con los municipios del Conurbano es inviable, sencillamente, porque Macri no se sienta a conversar con los municipios vecinos, a los que ve como enemigos y como causantes únicos de toda la pobreza, la suciedad y la fealdad de la Ciudad de Buenos Aires y de todas las plagas que el macrismo achaca a los que no son de su color de piel o de su origen de nacimiento.

La Ciudad de Buenos Aires puede tener su herramienta de articulación regional, geopolítica e intermunicipal, tal como lo tienen otras importantes ciudades de Europa y de América Latina. El caso más conocido y el que yo personalmente he estudiado durante años es el de Barcelona, pero en América Latina hay ciudades que gestionan de manera orgánica, institucional y coordinada su área metropolitana, tal como sucede en Colombia, por ejemplo, con el Área Metropolitana de Barranquilla.

Cuando el actual Gobierno Porteño decide conversar sobre alguna temática de incidencia bonaerense, si es que lo hace, lo hace directamente con el gobierno provincial, ignorando política e institucionalmente a los gobiernos locales de cada municipio.

En las actuales circunstancias, y de prolongarse el actual Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por otros cuatro años, toda articulación con el Gobierno Nacional y con los Gobiernos Municipales que conforman el área metropolitana de nuestra Ciudad aparece como inviable, por no decir absolutamente imposible.

Y sin el Conurbano, sin el AMBA, la Ciudad de Buenos Aires es inviable.

Por eso, es necesario que el futuro Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el que surja de las próximas elecciones, se ponga a la cabeza no sólo del Gobierno porteño sino además, de manera decidida, eficiente y proactiva a la cabeza de un movimiento de intendentes de la región metropolitana para poder solucionar en conjunto los problemas que son comunes a todos y buscar –entre todos- la prosperidad, las inversiones, el bienestar, la seguridad y las inversiones para beneficio de todos.

El actual Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no sabe, no quiere y no puede aunque quisiera, ponerse al frente de ese proceso de desarrollo porque no tiene ni la vocación, ni la inclinación, ni la contextura política, ni la capacidad intelectual y de gestión como para hacerlo.

Si la Ciudad coordina bien con el Conurbano y con la Nación podríamos hasta llegar a contar con un AMBA institucionalizado, orgánico, que estudie, proyecte y proponga políticas consensadas y coordinadas para Buenos Aires y los municipios del Área Metropolitana.

Hace mucho que vengo diciendo que el AMBA debe ser el Mercosur del Plata.

La figura siempre me pareció apropiada porque me sirvió para entender al mismo AMBA y para explorar sus posibilidades tanto económicas, como urbanísticas, culturales, educativas, financieras, económicas y sociales.

Y tras ponerme en esa postura me he convencido –sin duda alguna- de que el AMBA es para la Ciudad de Buenos Aires y las Ciudades que integran el Área Metropolitana lo que el MERCOSUR es para los estados de América del Sur que lo conforman.

En efecto, todos sabemos que el Mercosur tiene como principal objetivo, aumentar el grado de eficiencia y competitividad de las economías involucradas ampliando las actuales dimensiones de sus mercados y acelerando su desarrollo económico mediante el aprovechamiento eficaz de los recursos disponibles, la preservación del medio ambiente, el mejoramiento de las comunicaciones, la coordinación de las políticas macroeconómicas y la complementación de los diferentes sectores de sus economías.


También a través del Mercosur, los estados que lo integran buscan hacer valer sus decisiones regionales e introducir sus productos y servicios en otras regiones del mundo haciendo fuerza como bloque, evitando toda posible debilidad individual.


El AMBA nació con intereses parecidos. Al menos el espíritu que le dio vida –en rasgos generales- es básicamente el mismo: mancomunidad, esfuerzo común, solidaridad, equilibrio, proyección extra-local, colaboración inter-jurisdiccional, etc..

Y al igual que el MERCOSUR, el AMBA ha pasado por el mismo proceso de euforia creativa, de voluntarismo organizativo y de inmovilismo patético.

Recordemos por un momento qué era el Mercosur antes de la llegada de Néstor Kirchner al Gobierno Nacional en 2003. La respuesta es simple: NADA.

Hasta la llegada de Néstor Kirchner al poder, el MERCOSUR era una expresión de deseos, un conjunto de acciones inconexas y espasmódicas y una entelequia de carácter teórico, que servía más que nada para justificar reuniones tediosas y numerosos viajes asistidos por viáticos exorbitantes.

Sólo el MERCOSUR adquirió su vigor fundacional y su trascendencia extra regional cuando se verificó en nuestro Gobierno Nacional un liderazgo fuerte, que comenzó a actuar en consonancia con otros liderazgos fuertes y mancomunados que fueron apareciendo en los demás países que conforman el MERCOSUR.

Con Mauricio Macri en el gobierno de la Ciudad tal liderazgo porteño es imposible. Y más imposible es todavía que se puedan adoptar políticas de Seguridad, de Transporte, de Urbanización, de Saneamiento o de cualquier otra índole entre la Nación, la Ciudad y los municipios que la rodean.

No creo que Mauricio Macri entienda que lo que le da a Buenos Aires su carácter de Metrópolis es, precisamente, una inmensa, rica, pujante y superpoblada área metropolitana circundante.

No creo que Mauricio Macri lo pueda llegar a comprender.

Pero es necesario que nosotros, los miles y miles de porteños y porteñas de a pie, la gente de bien que ama a Buenos Aires y que quiere verla segura, limpia, protegida y coordinada lo tengamos bien en claro al momento de votar.

El cambio de rumbo está en nuestras manos. El 10 de julio comienza el desafío de construir entre todos una Buenos Aires mejor, esa Buenos Aires que nosotros imaginamos integrada a una región metropolitana en la que todos podamos vivir mejor, más seguros, más sanos y más prósperos.


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