Creo profundamente en la Fiscalización Ciudadana, como creo, también con toda sinceridad y firmeza, que la mejor fiscalización posible es la que pueden llevar a cabo nuestros Adultos Mayores, nuestros “queridos viejos” como yo los llamo sin ningún pudor y sin ninguna vergüenza.Ser viejo es maravilloso.
La vejez, en sí misma, es una bendición pero también es una proeza.
Llegar a viejo en un país tan violento, con tantas tensiones, con tantas amarguras; en un país de idas y venidas, de alzas y bajas, de prosperidad y desempleo, alternada y sucesivamente, es –en sí mismo- una verdadera proeza que complementa la bendición divina de la sobrevida.
En esta ecuación misteriosa entre la bendición y la proeza que da como resultado la vejez, hay un factor que no puede ser menospreciado y que da un valor agregado innegable a la utilidad de la vejez: ese factor es la EXPERIENCIA.
Nuestros viejos y nuestras viejas vieron y vivieron una Argentina mejor, una Buenos Aires mejor.
Ellos pueden ayudarnos mejor que nadie a pensar una Buenos Aires mejor.
Ellos pueden ayudarnos porque pueden decirnos cómo volver a conseguir una Ciudad de trabajo, de respeto, de salud, de orden, de limpieza, de educación, de cultura, de belleza y de dignidad.
Ellos tienen el tiempo libre y, si están bien física y psíquicamente, pueden ser los fiscales, los observadores de lo que anda bien y de lo que anda mal en la Ciudad de Buenos Aires.
Muchos piensan que haciéndoles una cancha de bochas u organizándoles una excursión a la costa en invierno ya cumplieron con nuestros Adultos Mayores.
Eso es una mentira.
Es una falacia, por su parcialidad, por su insolencia y por su crueldad.
No hay mejores fiscales que nuestros Adultos Mayores, seres vitales, con experiencia, con tiempo y sobre todo, con una conciencia cívica propia de una época dorada en que ser ciudadano era como ser creyente de una de las religiones laicas del arte de la vida: LA DEMOCRACIA.
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