Buenos Aires, Política y Ley de Medios: la convicción de los Fariseos.

El Proyecto de reforma de la Ley de Radiodifusión está trastornando a todos.

La sola mención de la Ley enerva a opositores y oficialistas por igual en todas las jurisdicciones.

Muchos políticos tienen interés en la Ley de Medios porque algunos son operadores de los actuales multimedios propietarios.

Muchos otros políticos defienden la reforma y la adopción de la nueva Ley porque ya están operando para los futuros grupos de compradores.

Unos y otros fundamentan y mienten con admirable sinceridad.

De un lado y del otro del arco político va creciendo la crispación, los ánimos se caldean y los referentes políticos de todos los sectores parecen haberse convertido en expertos profesionales de la comunicación audiovisual.

Un poco con vergüenza ajena y otro poco con desprecio, los ciudadanos de a pie y los dirigentes de tracción a sangre, los que hacemos todo a pulmón, sin presupuestos ni padrinos, vemos como muchos de nuestros diputados, senadores, legisladores y referentes políticos hablan de ondas, de licencias, de frecuencias y de porcentajes de cobertura como si fuesen los propios creadores de la Radio Spika.

Muchos de nosotros conocemos a muchos de ellos y nosotros sabemos muy bien que, muchos de ellos, de medios, no saben nada.

A muchos de ellos, de un lado y del otro del espectro oficialista y del opositor, les han escrito un libreto, se estudiaron un libreto, y salen a defender ese libreto con la convicción de un fariseo.

Lo grave no es si la Ley de Medios es más buena o menos mala, sino la deshonestidad intelectual con la que muchos de sus defensores la defienden y muchos de sus detractores la atacan; ya que muchos hoy denostan lo que antes defendían y otros tantos de ellos ahora defienden lo que antes criticaban y combatían.

Pero, nos situemos donde nos situemos respecto de la nueva Ley, lo cierto es que no podemos dejar de reconocer lo siguiente:

Tenemos medios de comunicación que no sólo ya son como partidos políticos, sino que son mucho más que partidos políticos, más fuertes que nuestros partidos políticos y hasta se dan el gusto de denostar a la Política y a los partidos políticos desde sus propias pantallas y espacios de aire.

Tenemos medios de comunicación que ya casi no informan sino que forman y deforman la opinión pública a su antojo.

Tenemos medios de comunicación en propiedad de candidatos políticos que han usado a sus propios medios para aparecer hasta el hartazgo hasta en los programas de espectáculos y de cocina de su propio canal.

Sin embargo, muchos de los hombres y mujeres de nuestros parlamentos y legislaturas se rasgan las vestiduras hablando de libertad, democracia y participación sin reconocer públicamente lo que ya no pueden ocultar en privado: necesitan ser amigos de los medios, de cualquier medio y a cualquier precio porque muchos de ellos sólo saben hacer política desde la pantalla de la televisión, han perdido todo contacto con la sociedad que dicen representar y se han convertido en espectros vivientes detrás de un vidrio, más plano o menos plano, pero vidrio al fin.

Al político de raza, al buen político, al político honesto, al político intelectualmente capaz y generador de doctrina, no puede ni debe preocuparle quien ejerza la propiedad de los medios de comunicación, porque su verdadera y más íntima comunicación con la gente es el local partidario, el acto público frecuente y el contacto cuerpo a cuerpo con sus vecinos y votantes.

El fundamento de toda esta locura, de todo este frenesí, en el que vemos diputados y diputadas con seños fruncidos, poniendo cara de entendidos en Medios y en Comunicación, es el simple y llano hecho de que muchos de nuestros políticos son productos de Mercadotecnia detrás de una pantalla de vidrio, sin contacto real con el ciudadano real y con los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos reales.

Muchachos: hay que volver a la calle, hay que volver al barrio, hay que volver al local, al comité, a la unidad básica, al centro cultural o como se llame en cada partido el punto de encuentro barrial con los ciudadanos.

La mejor forma de cambiar la mala voluntad de la mayoría de los medios de comunicación, no es poniéndose serviles o al servicio mercenario de los medios de comunicación, sino tratando de conquistar la buena voluntad de la mayoría de la población y ganar las elecciones.

El mejor anticuerpo contra los monopolios y la prensa interesada sigue siendo, como siempre, contar con el apoyo de las mayorías.

Muchachos: si la Política vuelve al comité, vuelve a la unidad básica, vuelve al local y vuelve al barrio, la Ley de Medios va a ser solamente, como en todos los países civilizados del mundo, un régimen de protección, administración y desmonopolización de los medios de comunicación.

En ningún país serio la Política se hace por televisión ni las leyes de radiodifusión se piensan y se sancionan para que los políticos hagan carrera y campaña desde los estudios de televisión.

La Política, la buena Política, es humanismo puro, es humanismo en acción.

Cuando la Política se mediatiza y pierde contacto humano, la Política se convierte en algo detestable y los políticos se convierten en monigotes de farándula.

A muchos de los dirigentes de tracción a sangre y a la mayoría de los ciudadanos porteños, creo que nos tiene muy sin cuidado el contenido puntual de la nueva Ley de Radiodifusión. Poco nos interesa y en nada nos cambia la vida si la onda la lleva una telefónica, un multimedios o el teleférico del Cerro Otto.

A nosotros, a la mayoría de nosotros, nos interesa tener medios más regulados, más respetuosos, con menos homenajes a presos y asesinos y con menos tintas recargadas sólo en lo malo que hace el enemigo o el competidor de esos medios.

Los porteños necesitamos que alguien deje de ocuparse más por la letra grande y se ocupe un poco más de la letra chica, de la letra cotidiana de los que escribimos diariamente la historia de la Ciudad de Buenos Aires.

Necesitamos que alguien nos diga cómo va a seguir la historia de los portales de noticias nacidos en Buenos Aires, portales independientes, que se mantienen arduamente a fuerza de trabajo y pulmón.

Necesitamos que alguien nos diga cómo va a seguir la historia de los medios de comunicación barrial de la Ciudad de Buenos Aires, qué va a pasar con nuestros diarios, con nuestras revistas y con nuestras radios vecinales

Necesitamos que alguien nos diga cómo va a seguir la historia de las pautas de propaganda oficial en la Ciudad de Buenos Aires.

Necesitamos que alguien nos diga cómo va a seguir la historia con nosotros, con los simples, con los de a pie, con los que tratamos de llenar de contenido a nuestros medios de comunicación independientes con historias, con noticias y con necesidades.

Necesitamos que alguien nos diga cómo va a seguir la historia con nosotros, con los porteños que todas las mañanas prendemos la televisión o abrimos los diarios y no encontramos ninguna noticia negativa sobre Buenos Aires porque la mayoría de los multimedios se encuentran en sintonía ideológica con el actual Gobierno de Buenos Aires.

Necesitamos que alguien nos diga cómo vamos a conseguir difusión real para los problemas reales de la Ciudad de Buenos Aires, de la Buenos Aires cotidiana y subcutánea, esa que nunca llega a los grandes Medios que esta Ley discute.

Necesitamos que alguien nos diga cómo vamos a poder competir abierta y lealmente las agrupaciones políticas porteñas sin presupuesto y casi sin caja contra otro millonario que se compre un canal y se decida a competir por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, disfrazando de reportaje sus continuas apariciones de propaganda.

¡Necesitamos saber tantas cosas!; y sin embargo, no sabemos casi nada.

Sólo sabemos que muchos dirigentes políticos porteños están inmersos en un nuevo debate nacional sin contenido porteño y sin interés cotidiano y real sobre los porteños y sobre los problemas de los porteños.

No hay duda de que la Ley de Radiodifusión debe ser reformada.

No creo que a esta altura haya duda sobre eso.

Todos coincidimos en que los monopolios, cualquier monopolio, todos los monopolios son malos en sí mismos; y en que los de la Comunicación son aún peores porque tienen la capacidad de envenenar los ánimos y provocar por exasperación los estallidos sociales.

Pero también somos muchos los porteños que pensamos que de nada sirve tener medios más independientes y menos monopólicos si nuestros dirigentes no llevan a los medios, no son invitados por los medios o no exigen un espacio en los medios para difundir los problemas cotidianos de los porteños.

Los que son más grandes me van a entender mejor: ¡No vaya a ser que tengamos que volver a los viejos tiempos, cuando era necesario escuchar Radio Colonia para saber lo que pasaba en Buenos Aires!.


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