Cuando en un país se ataca al Poder Judicial desde cualquier otro poder, cuando se persigue o remueve a los jueces de una Corte Suprema porque no piensan o no fallan de acuerdo a lo que otro Poder espera de ellos, en ese momento comienza la decadencia social, ética, política y jurídica de cualquier comunidad políticamente organizada.
Cuando se ataca o remueve a los jueces porque piensan o escriben fallos contrarios a lo que necesita cualquiera de los otros dos Poderes; o algo peor aún, cuando los atacan o remueven por la seguridad o simple sospecha de que no van a fallar como quiere o necesita cualquiera de los otros dos Poderes, ese día un país comienza a transitar el cenagoso camino que conduce a las naciones hacia la inseguridad, el recelo social, la revancha y la venganza.
Ningún país puede ser seguro y nadie puede estar seguro en un país donde el Poder Judicial sea rehén de la venganza.
Sería bueno que los gobernantes antes de gobernar hubiesen leído a Aristóteles, quien nos ha legado una frase maravillosa, que encierra en sí la más grande y a la vez, más simple, de todas las sabidurías: "La ley es la razón exenta de pasión".
Cuando la pasión nubla los ojos del juez, manda a nublar los ojos del juez o quiere obligar a cerrar los ojos del juez, el Poder Judicial deja de ser garantía de buena vida y buen gobierno para convertirse en una escribanía temerosa que termina convalidando, más temprano que tarde, todas las arbitrariedades, las desviaciones y las perversiones jurídicas y judiciales dictadas por cualquier grupo de presión o factor de poder.
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