La Organización Política del Resurgimiento.


Cada vez que me preguntan cuáles deberían ser, a mi entender, los elementos constitutivos de toda organización política partidaria, siempre he dado los mismos cuatro ingredientes:

- ORGANIZACIÓN
- CONDUCCIÓN
- DISCIPLINA
- DOCTRINA


Esos son, para mí, los cuatro elementos constitutivos, las cuatro virtudes atemporales, que permiten crecer y permanecer a cualquier partido que quiera ser exitoso y, sobre todo, que quiera y tienda a vencer al tiempo, que es el principal y más encarnizado enemigo de los partidos políticos.


ORGANIZACIÓN.
Si un partido quiere vencer al tiempo, como decía Perón, tiene que organizarse.

Un partido fuerte, organizado, con bases doctrinarias sólidas, con misiones y funciones directivas bien definidas, con un desarrollo territorial bien establecido, reconocido y delimitado, con una conducción clara y firme, con una estructura interna que favorezca las relaciones de lealtad y que pueda y se anime a castigar las deslealtades y las inconductas partidarias, es un partido que –sin duda alguna- logrará tarde o temprano imponer sus ideas y perdurar en el tiempo.

Los partidos anómicos no llegan a nada. O llegan, pero duran un tiempo y después se debilitan y pierden el poder.

También hemos visto partidos de fuerte presencia testimonial y buena performance en una elección, pero que no logran permanecer unidos y dar la misma o mejor batalla en la elección siguiente. Y lo que es peor aún: estamos viendo partidos que no llegan ni siquiera con el mismo nombre dos años después, siquiera a la elección parlamentaria siguiente.

Estamos viendo partidos desorganizados, basados únicamente en la figura supereminente de un o de una líder mediatizado/a. Estamos viendo partidos “de gurú único” como yo los llamo, que basan toda su artillería electoral y apuestan todos sus resultados en un líder o una líder carismático/a, pero sin sustento doctrinario, sin disciplina y sin cuadros capacitados o –tan siquiera- medianamente interesados en hacer Política más allá de lograr algún día algún cargo o una sonrisa de reconocimiento por parte de su líder.

Estamos viendo partidos minados de deslealtades. Partidos que no tienen ni canales ni organismos internos capaces de juzgar y castigar las inconductas partidarias. Estamos viendo partidos débiles, sin lealtad, sin mística, sin compromiso. Partidos fofos sin otra pretensión que pelear una elección para poder introducir una o dos figuritas de arcilla en una legislatura local o en una cámara deliberativa nacional.

Estamos viendo partidos que se han olvidado de sus líderes barriales. Partidos que se olvidaron de sus cuadros. Se olvidaron de la formación de líderes superiores e intermedios y de reconocer –aunque sea de una manera simbólica- el esfuerzo que muchos dirigentes barriales, institucionales o sectoriales han hecho para que muchos de sus líderes hoy estén en bancas legislativas, cobrando buenos sueldos y sacándose fotos en sus despachos para la prensa de moda.

Esos no son los partidos que una verdadera Democracia necesita ni tampoco los que nuestra Constitución Nacional define, ya que en su artículo 38 esta última establece que los partidos políticos son las instituciones fundamentales del sistema democrático y deben tener una organización con funcionamiento democrático y dirigentes capacitados aún a expensas del propio Estado. También la Constitución porteña en su artículo 61 consagra a los partidos políticos como canales de expresión de la voluntad popular e instrumentos de participación, formulación de la Política e integración de gobierno. El mismo artículo también consagra su sostenimiento por parte del Estado y la necesidad de que parte de los fondos partidarios sean destinados a la investigación y a la capacitación.

Sin embargo, y pese a las múltiples consagraciones constitucionales, muchos de nuestros partidos políticos deshonran el compromiso de bregar por los derechos y el bienestar de aquellos que con sus impuestos pagan mes a mes el mantenimiento de sus estructuras y sus cuadros dirigentes.

Un partido sin una directiva sólida, prestigiosa y activa no es realmente un partido.

Un partido que se basa en una sola figura mediática no es realmente un partido.

Un partido sin un congreso partidario reunido y consultado periódicamente no es realmente un partido.

Un partido sin locales partidarios barriales reconocidos, activos y visitados frecuentemente por los líderes partidarios no es realmente un partido.

Un partido sin doctrina no es realmente un partido.

Un partido sin lealtad, sin conducta y sin tribunal de disciplina partidaria no es realmente un partido.

Un partido sin cuadros capacitados, leales y orgánicos no es realmente un partido.

Un partido que sólo se forma para ganar una elección no es realmente un partido.

Un partido que sólo vaticina o testimonia pero no presenta propuestas no es realmente un partido.

Un partido que no observa, que no fiscaliza y que no se pone de un lado claro del arco ideológico no es realmente un partido.

Un partido que se olvida de los que lo ayudaron a formarse, a crecer y a llegar al poder no es realmente un partido.

Un partido que reniega de la Política y que funda su política en hablar mal de la Política no es realmente un partido.

Por eso cuando me imagino un partido para el Modelo del Resurgimiento porteño me imagino un partido organizado, orgánico, vertical, disciplinado, doctrinario, activo, proactivo, propositivo, cercano a las verdaderas necesidades barriales, sectoriales y personales de todos nosotros, sin exclusión de ninguno de nosotros.

Un partido de discusiones abiertas y francas pero organizadas.

Un partido de estructuras abiertas, democráticas, consolidadas y competitivas pero orgánicas.

Un partido de corazones abiertos pero de convicciones fuertes.

Un partido de mentes abiertas pero de sólidos parámetros doctrinarios.

Un partido de cuadros fuertes y liderazgos intermedios sólidos, pero con una conducción distrital que detente y ejerza la autoridad y cuente con el respeto y el reconocimiento de todo el cuerpo partidario.

Una Democracia fuerte sólo puede lograrse mediante la existencia de partidos políticos fuertes; y la Política bien entendida, sólo puede ejercerse, solidificarse, protegerse y perfeccionarse mediante la interacción y el sistema de competencias, balances y contrapesos que sólo pueden ser garantizados mediante una actividad partidaria orgánicamente planificada y logísticamente ejercida.


CONDUCCIÓN.
Un partido para ser realmente un partido debe tener un liderazgo y un cuerpo de conducción claro, prestigioso e inobjetado.

Sin autoridad no hay organización partidaria posible.

Los partidos que no se animan a organizarse y a establecer un cuerpo de conducción colegiado fuerte y orgánico están condenados –tarde o temprano- al debilitamiento y a la desaparición

La conducción partidaria debe ser siempre producto del prestigio político, social, profesional e individual de las personas que van a integrarla.

Nadie sigue por convicción al que no tiene el prestigio y la capacidad suficiente para conducir.

La conducción de un partido debe formarse en base a un procedimiento interno claro e institucional, con métodos y mecanismos claros e inobjetables. Todo ascenso interno en un partido y toda asignación de cargos públicos o partidarios, deben ser el producto de una carrera interna dentro del partido.

No pueden admitirse, en los partidos que quieran ser serios y exitosos, los liderazgos de alcoba, de familia o de amistad.

Un partido debe ser una institución seria y que sea vista como seria por toda la sociedad en la que se desenvuelve. Y una institución seria tiene, sobre todo y antes que nada, una estructura seria y una manera seria de llegar a los cargos de conducción partidarios.

Un partido que quiera ser exitoso y perdurar en el tiempo no puede tener tampoco una conducción coyuntural.

Una conducción partidaria no puede ser jamás el emergente de una coyuntura.

En los últimos años hemos visto aparecer a muchos líderes sociales, políticos o sectoriales emergentes de una desgracia personal o de una política gubernamental desacertada.

Un líder político partidario, en cualquiera de los niveles de conducción de un partido, debe ser un conductor programático, logístico, metódico y un organizador paciente de cada acción conducente a la instalación en su distrito de sus ideas de gobierno.

Un líder político partidario debe ser un organizador logístico de “causalidades”, un estudioso obsesivo de la Política comparada y de todos los procesos exitosos y perniciosos instalados en el mundo de su época.

Un líder político partidario debe ser un nacionalista, de marcada formación cosmopolita, un lector voraz y un analista profundo de los procesos políticos y las necesidades humanas.

Un líder político partidario debe trabajar para constituir una conducción que garantice la supervivencia del partido y de su doctrina más allá de su propia vida y de la duración de sus mandatos partidarios o gubernamentales.

En una conducción partidaria exitosa debe convivir la idea de la conducción con la idea de la escuela de la conducción, de la capacitación y de la educación para el liderazgo, para que no existan dudas ni distorsiones sobre los principios o la doctrina del partido.

Un líder político partidario no debe pensar ni escribir sólo para su época. Con la idea de que la organización vence al tiempo, una conducción partidaria que quiera ser exitosa debe organizar, difundir y enseñar su sistema de pensamiento y su cuerpo doctrinario para que pueda aplicarse más allá de los tiempos y de la duración de la vida de los seres humanos que van a aplicarlo o a beneficiarse con él.


DOCTRINA.
La Declaración de Principios del partido, los documentos del partido y todo lo que digan o escriban los fundadores, los líderes y las personalidades que inspiren el ideario y las acciones del partido, constituyen la base doctrinaria y una especie de jurisprudencia política que sirve para orientar a todos los dirigentes del partido del presente y del futuro y para que puedan actuar dentro del ideario y de los repertorios de acción propios del partido, sin desviaciones y sin necesidad de ninguna modernización o adaptación coyuntural, interesada u oportunista.

Todo partido puede tener una doctrina, porque la doctrina es la expresión escrita de la ideología. Sólo hay que sentarse a escribir, a transcribir y a recopilar lo que piensan, lo que dicen, lo que escriben, lo que dijeron y escribieron los fundadores, referentes y personalidades de cada partido. Pero si un partido no puede conformar un cuerpo doctrinario, ¡cuidado!, porque no tiene uno de los instrumentos fundamentales de la coherencia ideológica y de la generación de mística y militancia.

Sin coherencia no hay mística; sin mística no hay militancia; y sin militancia no hay partido.

Un partido sin militantes orgánicos y adoctrinados no tiene futuro. Si un partido no tiene un cuerpo doctrinario sobre el cual hacer escuela y formación de cuadros, es muy probable que sus afiliados no tengan una guía referencial de pensamiento y un ideario concreto para transmitir y lograr más afiliados y más militancia.

¿De qué hablan los partidos que no tienen doctrina?. ¿Qué enseñan a sus cuadros los partidos que no tienen doctrina?. La respuesta es clara: no hablan de nada y no enseñan nada. Quizás hablan de las cosas del momento, de los conflictos internos del momento y de las peleas exógenas del momento que mantienen coyunturalmente con otro partido. ¿Cómo convencen y ganan cada vez más adherentes los partidos que no tienen doctrina?. La respuesta también es simple: ya no convencen a nadie y tienen cada vez menos afiliados.


DISCIPLINA.
La cuarta virtud de un partido político exitoso y perdurable es, a mi entender, la Disciplina.

Un partido exitoso y perdurable debe ser un universo vertical, en el que la lealtad y el respeto por la conducción, por la doctrina y por el partido mismo dan a la estructura del propio partido una organización de una fortaleza interna casi indestructible.

Los partidos, las instituciones en general, sin disciplina no tienen futuro, ni pueden accionar bien, ni pueden imponerse, ni pueden sobrevivir a los ataques de la oposición. Por eso, un partido político realmente exitoso y perdurable no debe ser nunca un emergente coyuntural ni puede ser una coalición ni una alianza circunstancial con fines electorales.

Un partido político debe ser siempre, por definición, una estructura creada para sobrevivir.

Un partido político, si quiere hacer triunfar sus valores en un distrito con el de la Ciudad de Buenos Aires, debe organizarse, exigir lealtad a sus cuadros y ser vertical y disciplinado.

Porque no se puede estar afiliado a un partido y coquetear con los contrarios a ese mismo partido, o no comprometerse con el partido, o no trabajar para el crecimiento del partido.

No se puede ser “un poco” de un partido o aplicar “algo” de la doctrina de un partido al que se pertenece. Se pertenece al partido o no se pertenece. Se aplica la doctrina de ese partido o no se aplica.

Se puede pactar con ideologías afines y tales pactos deben ser acatados. Pero jamás debe pactarse con las ideologías contrarias a la ideología del propio partido con el fin de ganar una elección o hacer daño a un enemigo común de tamaño político mayor.

Siempre lo digo, lo diré hasta el cansancio y creo también que ya lo escribí en algún otro ensayo: detesto dos conceptos que hoy en día son muy usados en la Política argentina para justificar hasta lo injustificable.

Uno es “todo suma” y el otro es “el que avisa no traiciona”.

Siempre debemos tener absolutamente en claro, y sobre todo las cúpulas de los partidos, que –hoy como ayer- no cualquier cosa suma, porque la suma de lo malo sólo puede traer como resultado un resultado malo.

Y atención, también debemos tener siempre absolutamente en claro que el que avisa también es traidor. Aunque avise.

Entonces, si la cúpula partidaria actúa bien, conforme a la voluntad mayoritaria de su partido, de acuerdo con los lineamientos del congreso general partidario y dentro de los marcos doctrinarios y sus principios de acción, debe ser respetada y reforzada día a día en su autoridad por todos los miembros del partido. Si un partido tiene una cadena de mandos y de referentes internos y territoriales, tanto las cúpulas partidarias como los afiliados deben ser orgánicos y canalizar sus inquietudes y expectativas por intermedio de esas mismas cadenas de mando.

Del mismo modo, si un partido tiene una doctrina hay que respetar esa doctrina y no apartarse de la senda que esa misma doctrina marca como rumbo y como camino.


CONCLUSIÓN.
Brevemente he querido escribir algo sobre cuáles son, a mi entender, los ingredientes constitutivos de toda organización política partidaria exitosa.

Y concluyo como empecé. Diciendo que tales ingredientes son:

- La ORGANIZACIÓN
- La CONDUCCIÓN
- La DISCIPLINA y
- La DOCTRINA

No me canso de repetirlo y no me voy a cansar de repetirlo todas las veces que sea necesario: sólo con Organización, Conducción, Disciplina y Doctrina un partido político puede ganar la batalla implacable y desigual contra el tiempo, hacer historia y sobre todo transformar la sociedad en la que actúa o gobierna.



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